Podstrony
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Una noche se escuchó un ruido ensordecedor procedente del estudio del músico. Ella bajó apresuradamente la escalera para investigar la causa de la conmoción, y descubrió que él había desaparecido, se había desvanecido en el aire. La habitación estaba vacía, y sólo había montones de libros esparcidos por todas partes, con las páginas abiertas y los lomos rotos. No le pudo encontrar en ninguna otra parte de la casa. Acosada por los periodistas que investigaban la misteriosa desaparición, la joven escandinava había huido dejándose llevar por un presentimiento, y el recuerdo de sus extrañas conversaciones con el músico la había inducido a seguir el camino hacia Rainbow Alley. Al llegar, vio que la fachada del hotel era lo único que emergía de la oscuridad que lo rodeaba, atrayéndola como un imán. Pero ¿cómo llegamos allí? preguntó el barman, que había escuchado atentamente la historia de la joven, suspirando tristemente de vez en cuando a medida que iba progresando la narración de la historia . Tu cantante encontró una solución. Morirse es bastante fácil, pero ¿cómo sabremos que hemos llegado realmente al otro lado? Podríamos cortarnos los cuellos y desaparecer en un olvido de luz blanca, y adiós para siempre. Creo que yo sé la forma dijo Hugo, sonriendo tranquilamente desde un rincón. Pero no estamos jugando a ese juego protestó Jake débilmente . El nuestro es el Juego de la Espera. No podemos cambiar las reglas en pleno juego. Pues claro que podemos. De todos modos, ella ha llegado, está aquí, ¿no? le replicó su amigo, señalando a la joven rubia con pómulos salientes , y el rock and roll también ha venido para quedarse. Jake se mostró de acuerdo, aunque de mala gana. La petite mort... La pequeña muerte dijo Hugo con una expresión de inteligencia a sus ahora silenciosos compañeros, que esperaban sus palabras con la respiración contenida. Además le reveló más tarde a Jake , es una forma segura de acostarse con ella. Esa mujer me intriga. Sé que estará perfectamente metida en el saco. Sin duda alguna le proporciona a uno algo digno de mirar, ¿no te parece? Jake tragó saliva ante los comentarios de Hugo. Durante uno o dos segundos todo lo que pudo hacer fue esforzarse por no pegarle un puñetazo en la mandíbula. Pero Hugo siguió sonriendo con aquella actitud ingenua que lo desarmaba todo. Evidentemente, no comprendía aquello que Jake sentía como prepotencia en todo el asunto. Jake se recuperó con rapidez y le dijo a Hugo: Es bastante. A mí también me gustaría hacerlo, ya sabes. Sí, pero tú eres demasiado romántico. Te gustaría ser un sensualista lleno de experiencia, pero en el fondo de tu corazón, allí donde importa, sabes que sólo eres un blandengue. No estoy de acuerdo con eso. En lo más mínimo. No podrías estarlo, ¿verdad? Cuando Jake decidió finalmente llamar a su casa, su esposa cogió el auricular, pero lo volvió a colgar inmediatamente en cuanto reconoció su voz. ¡Maldición! Él se complació tomando una bebida suave del bar. Los otros estaban en una de las habitaciones de arriba, con dos camas dobles, enfrascados en no sé qué tipo de experimentos sexuales. Pensó en su sueño sobre Agnetha Eklander y también en la rubia empleada escandinava de agencia de viajes que disfrutaba allí arriba de las caricias de Hugo, y del barman y quizá también de la rolliza y pequeña Ingrid, y se ruborizó fuertemente cuando los excesos acumulados y sus sentidos revivieron en forma de dedos, labios, cuerpos y extremidades iluminados por una dimensión extra de placer y deseo. Se sentía celoso. No podía soportar el pensamiento de que otros exploraran la intimidad de ella, guiaran sus movimientos, tocaran allí donde... Cerró los ojos. Estaba a punto de echarse a llorar o de gritar en voz alta que aquello no era justo, que él quería hacerla bajar a la atractiva playa y hacerle el amor, sin nadie alrededor que pudiera burlarse de su aguda sensibilidad, de sus sentimientos. Se incorporó. Dudó un breve instante. Después se abalanzó hacia el ascensor. Apretó el botón de llamada y éste se puso rojo. Transcurrieron unos pocos minutos. Pensó que podía imaginar sus risas filtrándose por el hueco del ascensor hasta donde él estaba. No, no podían ser ellos. Sólo se estaba torturando a sí mismo. Y, sin embargo, el ascensor no llegaba. Se dirigió hacia la escalera y empezó a subir los escalones de dos en dos. Un momento después se encontró arriba, sin respiración, doliéndole todo el cuerpo por falta de buen estado físico. Se encaminó hacia el pasillo débilmente iluminado, respirando con dificultad, tratando de controlar la frenética angustia que le recorría el corazón. La puerta estaba abierta. La habitación estaba vacía, tal y como medio había esperado de algún modo. Los muebles aparecían desordenados, las sábanas de las dos camas arrugadas y manchadas. Como un paisaje después de la batalla. Se habían ido. El loco esquema de Hugo había tenido éxito de alguna forma. Sólo había quedado él. En esta ocasión, Jake dejó correr las lágrimas, tanto de pena como de compasión. El invierno fue transcurriendo. Con la aproximación de la primavera, unos pocos turistas empezaron a hacer tímidas y ocasionales incursiones a la playa. Una mañana Jake se dirigió a la orilla y siguió la línea de la costa hasta que la silueta de los tejados y hoteles de Rainbow Alley disminuyó en la distancia, detrás de él. Había una gran roca circular que parecía un objeto caído del espacio exterior, justo en medio de la arena, al abrigo de los terrenos del interior por un
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