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Podstrony

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instante crítico, cuando se permitió mirar por encima del hombro y vio que el peligro era
inminente. Haciendo un rapidísimo movimiento apuntó el gran reactor hacia arriba, por
encima de su cabeza, dirigiendo así toda la fuerza de aquél directamente sobre su propio
cuerpo. En aquel mismo instante las nos piezas se aplastaron mutuamente.
Nosotros que lo estábamos observando no teníamos manera de saber si se había
escapado por debajo, o bien si había sido apresado y aplastado entre las piezas. Durante
unos cuantos e intolerables segundos esperamos aprensivos y horrorizados. Luego, por
debajo de las masas que habían sufrido el impacto, reapareció la frágil y blanca figura
humana precipitándose a una tremenda velocidad por acción de la violencia de su gran
reactor. Sin duda la repentina aceleración le había  oscurecido", pero no había manera de
hacer nada en su ayuda; la multitud de partes flotantes estaba ya en movimiento,
golpeándose y oscilando como barquichuelas en la estela de un trasatlántico. A pesar de
que lo peor del impacto había sido evitado gracias a la valiente persistencia de aquel
hombre, el peligro no había pasado.
Antes de que uno pudiera darse cuenta de lo que ocurría, otras piezas se habían
puesto en movimiento, dando tumbos en todas direcciones, en creciente caos. Al cabo de
pocos momentos el área de confusión se había extendido a todo aquel mar de objetos
flotantes que ahora se agitaba como sacudido por un repentino huracán. Muchas de las
piezas más frágiles se golpeaban y aplastaban entre sí, astilladas por el impacto de las
más macizas que se precipitaban furiosamente entre ellas. Y sin embargo, a pesar de
todo aquel chocar y golpear por todas partes, no se oía absolutamente nada. Aquel
torbellino se alzó en silencio, y en silencio cargaban entre sí y entrechocaban las pesadas
masas. De un modo extraño y silencioso se desgarraban mutuamente, mientras nosotros,
espantados y fascinados, nos sentíamos congelados en una pesadilla impotente.
De repente la voz de Procsyl en mis oídos me restituyó al uso de mis sentidos, y dando
un grito de felicidad me precipité entre los otros para calmar aquel silencioso motín que
amenazaba nuestra seguridad.
CAPITULO 13
El hecho de que había conseguido sintonizar con la longitud de onda de Procsyl
resultaba ahora afortunado, pues si no hubiese podido trabajar en coordinación con los
otros, mis esfuerzos hubiesen sido en su mayor parte inútiles; y Procsyl resultó ser un jefe
nato en una emergencia como aquélla. Podía ahora disponer de los dos ingenieros, de los
dos portuarios y de mí. Con razón no intentó tomar él mismo parte activa en el
restablecimiento del orden, sino que se apartó un poco y permaneció suspendido sobre
nosotros, como un helicóptero de la policía sobre la muchedumbre de un campo de
carreras, dando órdenes y consejos por medio de su audífono. A nosotros, que
estábamos trabajando entre las piezas, nos resultaba imposible saber cuáles se movían y
cuáles estaban en reposo. En general, mi impresión era que aquella pieza a la cual
estaba agarrado en un momento determinado estaba siempre en reposo; todas las demás
parecían moverse. Como es natural, hablando en términos estrictamente adecuados,
todas ellas se precipitaban a una velocidad de 30.000 kilómetros por hora, y el problema
no consistía en detenerlas, sino en hacer que su movimiento se ajustase al de T Uno-en
otras palabras, detenerlas con referencia a T Uno. Y esto, Procsyl desde su punto de vista
superior, podría hacerlo, si bien para ello era evidente que se necesitaría una cabeza
clara, una apreciación rápida y una comprensión adecuada del comportamiento errático
de las mareas espaciales.
Bajo su dirección fui maniobrando hasta colocarme en una posición en la cual pude
agarrar una pieza de armazón de una aleación ligera que se precipitaba hacia adelante y
hacia atrás en aquella confusión general. Me podía dar cuenta de que lo hacia bastante
mal, pero la voz de Procsyl que las distorsiones del audífono hacían impersonal, continuó
machacándome con invariable persistencia. Yo sufría una desventaja de la que Procsyl no
parecía apercibirse; los otros cuatro estaban equipados con chorros de remolque que
podían sujetarse por medio de un dispositivo al objeto que debían arrastrar; yo, al
contrario, no tenía sino mis reactores individuales, los cuales eran realmente inadecuados
para remolcar. No se podían sujetar a nada, sino que tenían que aguantarse con la mano.
Como una de mis manos estaba ocupada en agarrar la pieza del armazón, no podía,
como es natural, disparar más que un reactor a la vez. Con la doble carga, y trabajando
por si solo, el reactor pronto se calentó, y tuve que dejarle reposar. Cambiar de reactores
llevaba mucho tiempo, y no siempre era fácil encontrar una oportunidad adecuada; de
modo que más de una vez me ocurrió que continuaba usando un reactor hasta más allá
del punto de peligro, y finalmente no me sorprendió cuando uno de ellos dejó de
funcionar.
Sin embargo, era evidente que me correspondía hacer lo que pudiese, incluso si los
únicos golpes que podía evitar eran los pequeños. Afortunadamente, en aquel depósito no
había muchos miembros frágiles, pues de lo contrario se hubiesen inevitablemente hecho
pedazos. Pero incluso las partes más macizas se estaban abollando y aplastando -quizás
no muy seriamente, pero sí lo bastante para causar alarma. El sistema moderno de
emplear amarras rígidas ha eliminado prácticamente ese peligro, pero en aquel tiempo el
almacenaje de las partes sueltas presentaba siempre un dilema: o bien se las podía
atracar juntas con amarras flexibles, lo cual no evitaba las colisiones múltiples tales como
las que ahora estoy describiendo, o bien se podían mantener a distancias mayores entre
sí, en cuyo caso quedaban fácilmente bajo la influencia de las llamadas  mareas", y
podían perderse del todo. La solución a que se había llegado consistía en reunir las
piezas en grupos separados por considerables distancias. El depósito en que me
encontraba estaba constituido casi por completo de piezas macizas, frente a las cuales el
esfuerzo de mi único reactor parecía particularmente insignificante.
No obstante, Procsyl continuaba utilizándome activamente, desplazándome a menudo
de una a otra de las pequeñas piezas. Yo tenía la esperanza de que se daba cuenta de
que yo no podía adelantar sino muy poco, incluso con las piezas menos macizas, pero no
estaba convencido de que se percataba de la dificultad verdaderamente seria bajo la cual
tenia que trabajar.
En vista de lo que ocurrió más tarde, me siento un poco embarazado al hablar tanto de
mis dificultades, pero no puedo relatar este episodio de modo convincente, si no lo
describo todo tal como lo recuerdo. Entre otras cosas, estaba continuamente dificultado [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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