Podstrony
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sacando la pistola de su cinturón, le atravesó el cuerpo de un disparo y lo mató en el acto, antes de que yo pudiese llegar a socorrerle. Viernes, que ahora andaba por su cuenta, perseguía a los miserables fugitivos, sin más arma que el hacha con la que había matado a aquellos tres, que, como he dicho, esta ban heridos y habían caído al principio y, luego, a todos los que pudo atrapar. El español me pidió un arma y le di una escopeta, con la cual persiguió e hirió a dos salvajes. Mas, como no tenía fuerzas para correr, se refugiaron en el bosque. Allí, Viernes los persiguió y mató a uno pero el otro, aunque estaba herido, era muy ágil y logró arrojarse al mar y nadar con todas sus fuerzas hacia los que estaban en la canoa. Estos tres que lograron embarcar, más otro que estaba herido y no sabemos si murió, fueron los únicos, de un total de veintiuno, que escaparon de nuestras manos. La relación es como sigue: 3 muertos por nuestra primera descarga desde el árbol 2 muertos por la siguiente descarga 2 muertos por Viernes en la canoa 2 muertos por él mismo, de los que al comienzo habían sido heridos 1 muerto por él mismo en el bosque 3 muertos por el español 4 muertos que aparecieron aquí y allá, a causa de sus heridas o muertos por Viernes en su persecución. 4 huidos en la barca, entre los cuales había uno herido, si no mu erto. 21 en total. Los que estaban en la canoa, tuvieron que remar muy rápidamente para librarse de los disparos y, aunque Viernes les disparó dos o tres veces, al parecer, no pudo herir a nin guno de ellos. Él quería que cogiéramos una de sus canoas y los persiguiéramos e, indudablemente, yo estaba muy preocupado por su huida, pues llevarían las noticias a su gente. Tal vez, regresarían con doscientas o trescientas canoas y, siendo muchos más que nosotros, nos devorarían. Decidí perseguirlos por mar y, corriendo hasta una de sus canoas, salté sobre ella y le ordené a Viernes que me siguiera. Mas, cuando ya estaba dentro de la canoa, me sorprendió ver a otro pobre salvaje, amarrado de pies y manos, como el español, en espera del sacrificio y casi muerto de miedo. No sabía lo que estaba ocurriendo pues le era imposible ver por encima del borde de la canoa, por lo fuertemente atado que estaba y, como llevaba mucho tiempo así, estaba medio moribundo. En seguida corté los bejucos o juncos con los que estaba atado y traté de ayudarlo para que se incorporara, pero no podía ponerse en pie ni hablar. Tan solo emitía un quejido lastimero, creyendo, sin duda, que lo había desatado para matarlo. Cuando Viernes se le acercó, le ordené que le dijera que estaba en libertad. Saqué mi botella y le di un trago al pobre desgraciado, que, viéndose repentinamente liberado, se re animó y se sentó en la canoa. Cuando Viernes se puso a mi rarlo y a hablarle, sucedió algo que habría hecho llorar a cualquiera. De pronto, comenzó a abrazarlo y besarlo, reía, lloraba, gritaba, saltaba a su alrededor, bailaba, cantaba, volvía a llorar, se retorcía las manos, se golpeaba la cabeza y el rostro y volvía a cantar y saltar a su alrededor como un loco. Pasó un largo rato antes de que lograra que me dijese qué ocurría. Cuando se hubo calmado, me dijo que aquel era su padre. No es fácil explicar la emoción que me provocó ver el éxtasis de amor filial que invadió a este pobre salvaje ante la vista de su padre liberado de la muerte. Tampoco puedo describir las extravagancias que tuvo con él. Entró y salió varías veces de la canoa; cuando entraba, se ponía a su lado, abría su chaqueta y colocaba la cabeza de su padre contra su pecho durante media hora para reanimarlo; luego tomó sus brazos y sus tobillos, que estaban entumecidos por las ataduras y comenzó a frotarlos y calentarlos con sus manos. Cuando me di cuenta de lo que quería lograr, le di un poco de ron de mi botella para qué lo friccionara, lo que le hizo mucho bien. Esta circunstancia puso fin a la idea de perseguir la canoa en la que iban los otros salvajes, que, a estas alturas, estaban casi fuera de nuestra vista y, mejor fue que no lo hicié ramos, pues nos salvamos de un viento que se levantó antes de que pudiesen hacer una cuarta parte de su travesía y continuó soplando fuertemente durante toda la noche. Como el viento soplaba del noroeste, les resultaba adverso, de manera que, con toda probabilidad, la piragua no pudo resistirlo y no llegaron a sus costas. Mas, volvamos a Viernes. Se ocupaba tanto de su padre, que durante un tiempo no me atreví a molestarlos. No obstante, cuando me pareció que podía dejarlo solo un momen to, lo llamé y él se aproximó saltando y riendo, en extremo feliz. Le pregunté si le había dado pan a su padre y meneó la cabeza respondiendo: «No; perro feo, me lo como todo yo mismo.» Le di, pues, una torta de pan del pequeño zurrón que llevaba para este propósito y le ofrecí un poco de ron, el cual no quiso siquiera probar
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